The bay (Barry Levinson, 2012) se enmarca dentro del subgénero de metraje
encontrado o falso documental tan de
moda estos días, este tipo de producción fue inaugurado por Ruggero Deodato en
la pionera “Holocausto caníbal” (Cannibal
holocaust, 1980) y reintroducido en la era digital por “El proyecto de la
bruja de Blair” (The Blair witch Project,
Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999). Todas las películas que pertenecen a dicho
género parten de un concepto muy cerrado, limitado por su propio envoltorio, y al
final, el resultado depende de la pericia del director en hacer de este
material algo interesante, logrando notables resultados en algunos casos, como [REC] (Jaume Balagueró y Paco Plaza,
2007) o Diary of the dead (George A.
Romero, 2007) y desastrosos en otros, por ejemplo, “Monstruoso” (Cloverfield, Matthew Reeves, 2008) y
solo alcanzado la genialidad en una película política como Redacted (Brian De Palma, 2007). Que el muy irregular Barry
Levinson estuviese detrás de esta nueva muestra podía dar como resultado
cualquier cosa, visto que su previa incursión en el género de terror se saldo
con un fracaso artístico (la ambiciosa y torpe “Esfera” (Sphere, 1998)). Después de ver The
bay, lo mejor sería que Levinson se alejase del terror definitivamente ya
que ha firmado aquí la que posiblemente sea su peor película.
El largometraje acumula multitud de problemas. El principal y quizás
más grave de ellos es el formato escogido para contar la historia. A pesar que
todo está contado en forma de flashback (una superviviente a montado un
documental que narra los hechos) y de insistir varias veces en que se trata de
un documental, el director rueda la mitad de las escenas con multi cámaras como
si fuese una película normal, sin justificar tal hecho en ningún momento,
demostrando que o no ha entendido el género que ha escogido o bien le importa
poco la coherencia de su película. El guión no ayuda demasiado, la historia de
terror ecológico, donde las heces de una granja alimentada con productos
químicos hacen crecer a unos diminutos parásitos hasta convertirlos en peligrosas
criaturas, cae en todos y cada uno de los tópicos que llevan viéndose desde los
años setenta; estando la historia situada en una bahía, se le pueden añadir
todo tipo de homenajes y robos a “Tiburón” (Jaws,
Steven Spielberg, 1975) y “Piraña” (Piranha,
Joe Dante, 1978). Y para acabar de redondear la cosa, los actores no
muestran ningún tipo de emoción o
talento a la hora de interpretar las horribles escenas. El uso de la música,
aunque justificado, ya que se trata de un documental montado tras los hechos
acontecidos en la bahía, es, de nuevo, contradictorio con el formato ya que
demostraría el poco gusto de estos realizadores a la hora de abordar el drama
que supuestamente tuvo lugar allí añadiendo música de terror a situaciones de
muerte, caos, etc.
Como único aspecto positivo, cabe destacar el trabajo de maquillaje de
efectos especiales, bastante notable y en algún caso repugnante cuando se trata
de mostrar las heridas y llagas producidas por la infección.
Alex Turol